A las dieciocho horas y veintidós minutos de esa hermosa tarde primaveral,
el servicio de emergencias del hospital recibió una llamada telefónica.
Al parecer había un hombre tirado, inmóvil, bajo una gran encina en el parque Bruil.
Cuando los trabajadores de la ambulancia llegaron al lugar indicado no pudieron
más que certificar la muerte de aquel hombre por una parada cardíaca.
A pesar de la agradable temperatura, el hombre llevaba puesto un gastado abrigo de invierno en el que la policía no halló ninguna identificación.
Apenas tres cigarrillos celtas sin boquilla, una navaja, un lapicero y una libreta con un montón de textos garabateados.
La única persona que dijo conocer al finado resultó ser un violinista callejero que aseguró que el muerto se llamaba Bladimir Ros, que era amigo suyo, que era medio español,
medio ruso, que era un buen hombre y que nada tenía de raro que se le hubiera roto el corazón de tanto usarlo.
Las investigaciones de la policía
no dieron para mucho más así que le acabaron devolviendo la libreta a la única persona que la reclamó: el violinista.
Años después, aquel violinista le regaló la libreta al tabernero de un bar en el que solía encontrarse para tocar y beber con otros músicos y bebedores de la ciudad.
Y en aquella libreta en la que la policía no halló nada de interés,
el tabernero distinguió rápidamente unas anotaciones junto a los textos y dedujo
que eran indicaciones de acordes musicales.
Así que como poseído por una revelación se abalanzó sobre el piano
y empezó a tocar aquellas canciones.
Otros músicos de la taberna, sin duda envalentonados por la bebida, se unieron a aquella primera sesión de algo que podríamos llamar espiritismo musical y fue así como el fantasma de Bladimir fue haciéndose carne. Carne de canción.
Aquella noche fue el germen de lo que están ustedes
a punto de escuchar: otra banda de versiones en esto tiempos de desbordante creatividad.
Y esta es la historia, las canciones y el pensamiento
de Bladimir Ros.
FACEBOOK: https://www.facebook.com/bladimir.ros
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