RICARDO IGEA -CD-LAS MANOS DEL MEDICO 2001

Ricardo Igea nació el 8 de enero de 1972 en Zaragoza, hijo de José Luis, un médico oftalmólogo, y Águeda.
Tiene dos hermanos más; José (el mayor) y Guillermo (el menor).
Cuando contaba seis años perdió a su padre en un desgraciado accidente de automóvil, y desde entonces,
su madre Águeda es su mejor y más entusiasta promotora discográficas, sin saberlo a menudo su hijo.
Nadie en el mundo habrá batallado como Águeda para lograr que el sueño de Ricardo
se haga realidad (nos recuerda a la madre de John Kennedy Tool, autor de La conjura de los necios,
que logró que una editorial publicase el libro de su hijo).
Ricardo cree en la suerte, la buena y la mala. Durante un tiempo le persigió el mal fario,
en esos días en que algunas discográficas le respondieron negativamente
(recordemos que un sagaz productor le aconsejó a Dylan en sus principios que se dedicase a otra cosa.

¡Donde estará ese caballero!). Pero en 20 días justos todo cambió.
El 7 de octubre de 1997 envió una maqueta a José Antonio Abellón de La Jungla (COPE),
y el día 27 firmaba su contrato con DARSHA. "No soporto esa hipocresía que hay en tanto directivo de negocio",
confiesa Ricardo. "Me he pasado las horas sentado en una silla esperando la llamada de alguien que me dijo que me iba a llamar,
y nunca lo hizo. Es desesperante ver cómo no te cogen el teléfono, cómo te marean con excusas y no te dicen la verdad.

Todo ese mundo no me gusta nada... Por fortuna, la vida también tiene su cara hermosa y alguna vez te sonríe la suerte".
Ricardo no sabe si es cantautor. Es una definición que no acaba de comprender.
Porque él solo entiende que la música se divide en buena y mala. Él escribe sus letras,
compone la música y las interpreta. ¿Es eso un cantautor?. Seguramente sí. Pero en todo caso no importa,
porque bajo ningún concepto desearía incorporarse a un grupo que le adjudicase una etiqueta.
Ser cantautor no es garantía de nada, no aporta ningún plus de calidad. Porque, como en todo,
hay buenos y malos cantautores, como hay buenos y malos fontaneros.

Él quiere hacer su música, pellizcar la fibra del oyente, no perder jamás esa frescura,
esa honda pasión que pone a cuanto acaricia. En definitiva, eso es blues. Vivir la música (es decir, la vida) con riesgo,
con entrega, con rabia. Como si el mundo fuese a desaparecer en 24 horas.
Como si mañana ya no pudiese volver a cantar. Como no lo podría resistir,
nos lo entrega todo ahora, hoy, en este instante.

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